martes, 20 de diciembre de 2011

No te salves por Mario Benedetti


No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
no te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo
pero si
pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas
entonces
no te quedes conmigo

lunes, 12 de diciembre de 2011

Y qué es amor? por Giovanna Mangione



Y hoy les pregunto a los que han amado,
Y qué es amar? 
Porque hasta ahora presiento que no he amado de verdad, 
Y qué se siente hacer el amor?
No en una forma física si no espiritual, 
Puede mi imaginación calcular su gravedad?
Quizá sea subestimada después de todo.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Un juguete del destino..por Giovanna Mangione.





Hoy la lluvia comparte mis lágrimas
y el cielo quiere gritar a lo alto mi dolor,
 sin motivo he perdido la razón
y el camino a tu corazón.

(Poco a poco me has visto destruir lo que por casualidad encontré en el camino, tú)

El viento sabe que una tormenta
se encuentra cerca de explotar en mi pecho, 
que ya respira irregular a un lado de tu puerta,
 quien pierde como perdí yo,
no vuelve a encontrar el tiempo perdido
porque no tiene mas para malgastarlo en lágrimas,
y todo parece ir y venir sin previo aviso dándole un giro a mi vida.
 ¿Quien sabe si para bien?

jueves, 8 de diciembre de 2011

Un Gracioso por Charles Baudelaire


Era la explosión del año nuevo: caos de barro y nieve, atravesado por mil carruajes, centelleante de juguetes y de bombones, hormigueante de codicia y desesperación; delirio oficial de una ciudad grande, hecho para perturbar el cerebro del solitario más fuerte.
Entre todo aquel barullo y estruendo trotaba un asno vivamente, arreado por un tipejo que empuñaba el látigo.
Cuando el burro iba a volver la esquina de una acera, un señorito enguantado, charolado, cruelmente acorbatado y aprisionado en un traje nuevo, se inclinó, ceremonioso, ante el humilde animal, y le dijo, quitándose el sombrero: «¡Se lo deseo bueno y feliz!» Volviose después con aire fatuo no sé a qué camaradas suyos, como para rogarles que añadieran aprobación a su contento.
El asno, sin ver al gracioso, siguió corriendo con celo hacia donde le llamaba el deber.
A mí me acometió súbitamente una rabia inconmensurable contra aquel magnífico imbécil, que me pareció concentrar en sí todo el ingenio de Francia.